Joven

En estos días en que se ha puesto tan de moda el amodio, es momento de hablar de viejunismo. Y es que cada vez me siento más acorralada por la chavalería, por decirlo de alguna forma.
Me explico.
En nuestra casa, todos tenemos un lenguaje propio. Es una mezcla de dejes diversos de los lugares por donde hemos pasado, las personas que hemos conocido y cuyas expresiones copiamos, películas y series que nos marcaron y palabras propias de nuestras respectivas generaciones. Todo ello hace que nuestra forma de hablar y de expresarnos sea más y mejor comprendida en casa que fuera. En ocasiones, entre nuestros grupos de amigos, también existen formas comunes de expresión y sentencias que exclusivamente se entienden en determinados contextos.

Por ejemplo, si yo digo «tengan cuidado ahí fuera» o «la fama cuesta» o «planeador abajo, puños fuera», mi generación me entenderá perfectamente y sabrá de dónde vienen las frases. Si lo digo ante mis hijos, que están en plena efervescencia preadolescente, sabrán a qué me refiero porque se han criado escuchando estas y otras lindezas similares. Incluso en algún caso les habré contado de dónde vienen o les habré puesto el vídeo correspondiente… Pero esto no aplica en todos los casos, por supuesto.

Dar por hecho que el resto de la gente sabe lo que tú sabes o ha vivido lo mismo que tú es utópico. ¿Qué es más probable, que una audiencia a la que te diriges sin saber quiénes son hayan visto El nombre de la Rosa o El señor de los anillos. Yo me inclino por la segunda, aunque ya va teniendo unos añitos…
La gente que hoy tiene 30 nació en el 87. Con 30 ya no eres un niño (aunque a mí, desde mi atalaya cuarentañera, me lo parezca). Con 30 eres un adulto hecho y derecho y todas las referencias que yo fui adquiriendo en mis primeros 25 años de vida (casi nada) les son absolutamente desconocidas o, como mínimo, les quedan tan lejos que ni las ven.

Ayer, un amigo de Facebook preguntó en su muro que qué edad considerábamos que era ser joven… y de pronto un pensamiento atravesó mi mente: ya pienso que la gente de treinta y pocos son superjovencitos… porque les saco una pila de vida… los de treinta!!! Así me ve mi madre, una niña… de cuarenta y cuatro… pero no es así. Ni para unos ni para otros. Estiramos tanto la juventud que ya hablamos de jóvenes de espíritu porque nos resistimos a crecer. Pero no, la vida es justamente eso: envejecer y oxidarnos.

Considero joven a todo aquel que lo es más que yo pero «jóvenes», así generalizando, son menores de 25. A partir de ese momento, empezamos a pensar en otras cosas… que no creo necesario definir.

Ah, y tengan cuidado ahí fuera 😉

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